Han pasado 84 años y muchos acontecimientos, pero el nombre de Gernika sigue presente en la memoria de todos los demócratas. Cuenta con la colaboración de aquella terrible obra maestra del horror pintada por Pablo Picasso, sobre la destrucción de la villa foral, convertida en una denuncia permanente contra la barbarie nazifascista asesina. Las fotografías tomadas aquella noche espantan a quienes las miran, aunque la potencia del cuadro convertido en icono del terrible siglo XX de la era cristiana las supera como una denuncia del totalitarismo político transformado en religión.
Fue una demostración del salvajismo a que es capaz de llegar un régimen totalitario. La villa foral carecía de valor estratégico, pero representaba las libertades del pueblo vasco con su árbol milenario como símbolo. El exgeneral Emilio Mola, apodado El Director por sus compañeros de traición, había elaborado unas instrucciones acerca de cómo mantener la guerra contra el Gobierno leal republicano, y una de ellas recomendaba practicar el terror contra las poblaciones, para animarlas a rendirse ante el ejército rebelde sin combatir. Se aplicó en Gernika ese método, aunque no aterrorizó al pueblo vasco, acostumbrado a combatir por la defensa de sus libertades materializadas en los fueros.
La tragedia
A las 15,30 del lunes 26 de abril de 1937 empezó el bombardeo de la villa y el ametrallamiento de sus habitantes. Participaron 16 bombarderos y 26 cazas de la Legión Cóndor alemana, desplazada a España para colaborar con los militares monárquicos sublevados contra la República adoptada libre y pacíficamente por la mayoría de los españoles. Cesaron su tarea genocida a las 19 horas: fueron tres horas y media de apocalipsis nazifascista, que destruyó la villa, causó la muerte de 126 personas ese día, y un número no determinado de heridos. Aquella misma noche Joseba Andoni Agirre, presidente del Euskadiko Jauriaritza, habló por Radio Bilbo para denunciar al mundo el genocidio cometido por los aviadores alemanes al servicio de los militares monárquicos españoles sublevados:
Pregunto al mundo civilizado si puede permitirse el exterminio de un pueblo que ha tenido siempre como ejecutoria más preciada la defensa de su libertad y de la secular democracia que Gernika, por su árbol milenario, ha simbolizado en los siglos.
El mundo civilizado se había desentendido de los sucesos españoles. Un criminal Acuerdo de No Intervención impedía a las naciones democráticas ayudar a la República atacada, en tanto la Alemania nazi, la Italia fascista, el Portugal salazarista y la Iglesia catolicorromana colaboraban descaradamente con los rebeldes, sin que sirvieran de nada las protestas españolas.
El papel del Vaticano se aplicó en dos frentes: por un lado, organizó recogida de dinero para los rebeldes españoles en sus templos repartidos por todo el mundo, con el que pudieron adquirir armamento y petróleo, y por otro desarrolló una campaña propagandista a su favor, presentándolos como los garantes de la democracia amenazada, decían, por la injerencia de la Unión Soviética en las cuestiones españoles, otra de sus invenciones.
Desde el primer momento los sublevados contaron con la complicidad del cardenal Isidro Gomá, arzobispo de Toledo y primado de las Españas, según de decía entonces. La canalizó también en dos misiones: la redacción de homilías y mensajes favorables a su ejército, difundidos por todos sus templos y publicaciones en el mundo, y la acción continuada en su beneficio en el Vaticano, hasta conseguir que el papa apoyase la rebelión militar.
La falsificación de la historia
Una muestra escandalosa del cinismo profesado por el cardenal se refiere a Gernika. Está documentado que negoció con el exgeneral Mola la rendición de Bilbo, en donde contaba con fieles devotos de sus teorías. El rebelde murió en sospechoso accidente aéreo el 3 de junio, sin llegar a ver la conquista de Bilbo, realizada el día 19. El cardenal trabucaire realizó una de sus visitas pastorales por las tierras vencidas, y en el dictamen que remitió al Vaticano cometió la felonía de afirmar que era falsa la información facilitada en los medios de comunicación libres acerca de la destrucción de Gernika, documentada con testimonios de los supervivientes.
El cardenal fascista se atrevió a negar religiosamente la realidad comentada con espanto en los medios de difusión de todo el mundo civilizado. Aseguró haber comprobado por sí mismo que la Legión Cóndor no tuvo ninguna participación en aquel genocidio: “Los autores de la destrucción sistemática son los rojos, aleccionados por los rusos”, tuvo la desvergüenza de escribir en el comunicado, y atestiguó que lo había verificado él mismo. Palabra de cardenal, pues, que no podía ponerse en duda. Otra de las grandes mentiras, y no la peor de la Iglesia catolicorromana, desmontada por las investigaciones de todos los historiadores con absoluta certeza, aunque no son capaces de convencer a los fanáticos.
Más testimonios creíbles
El 4 de mayo habló por los micrófonos de Radio Bilbo el alcalde de Gernika, José de Labauria, en una conmovedora alocución, para condenar la destrucción de la villa y agradecer el apoyo prestado a los supervivientes, muchos de ellos con tremendas heridas. Sus palabras, recogidas en los medios de comunicación vascos al día siguiente, contienen esta declaración testimonial que contradice la gran mentira propalada por Gomá:
No y mil veces no. No fueron los gudaris quienes incendiaron Gernika, y si el juramento de un cristiano y de un alcalde vasco tiene algún valor, juramos ante Dios y ante la Historia que fueron los aparatos alemanes quienes inicua y sanguinariamente han bombardeado nuestra Gernika bien amada, hasta el punto de borrarla del mapa.
Buena parte del clero vasco, permaneciendo dentro de la más fiel ortodoxia evangélica, rechazó las falsedades difundidas por su jefe en España. El 11 de mayo el vicario general de la diócesis de Bilbo, un canónigo y 19 curas, de ellos nueve testigos oculares del bombardeo, firmaron una carta colectiva dirigida al papa Pío XI, en la que aseguraban:
Que asimismo, el 26 de abril la aviación al servicio del general Franco, bombardeó y ametralló la venerada villa de Guernica, incendiando la iglesia de San Juan, dejando maltrecha la de Sana María, reduciendo a escombros casi todos los edificios de la villa, ametrallando sin compasión a sus habitantes cuando corrían despavoridos, huyendo de los derrumbamientos e incendios que les circundaban, y causando centenares de muertos.
La Iglesia catolicorromana es una organización piramidal muy jerarquizada, en la que resulta indiscutible la opinión del superior. En el Vaticano prevaleció el criterio del arzobispo de Toledo y primado de las Españas sobre la declaración de los curas, aunque ellos hubieran sido testigos presenciales del bombardeo. Además, el secretario de Estado, el siniestro cardenal Pacelli, prefería aceptar que sus admirados aviadores de la Luftwaffe volaban por el cielo como unos pacíficos angelitos. Elegido papa en 1939, Pacelli se distinguió por sus simpatías hacia el nazismo, y bendijo en numerosas ocasiones a los militares españoles vencedores.
Un periodista vasco, Julián Zugazagoitia, que también ocupó cargos políticos, incluido el de ministro del Interior en un Gobierno leal, y siguió al minuto el desarrollo de la guerra, escribió un libro testimonial, Guerra y vicisitudes de los españoles, en el que se encuentra esta anotación histórica:
Después de esta destrucción salvaje [de Gernika], superior a lo que el lector imagine, los mismos aviadores alemanes bombardearon Durango. […] Una bomba destruyó una casa de religión femenina, matando a varias religiosas. Cuando la capital del Duranguesado fue de Franco, las religiosas supervivientes fueron coaccionadas para que testimoniasen que los bombardeos habían sido obra de los “rojos separatistas”. Resistieron las coacciones y se negaron a declarar otra cosa que la verdad. Esto les enajenó la simpatía de los vencedores, que llegaron a causarles molestias que no habían padecido con los defensores de la causa republicana.
Dado que este libro, naturalmente, estuvo prohibido en la España nazionalcatólica, cito por la edición hecha en París en 1968 por cuenta de la Librería Española, tomo primero, página 267.
El testimonio confirma el cinismo de los rebeldes, que con el beneplácito de la jerarquía catolicorromana quisieron hacer creer al mundo que en España se libraba una guerra por causa de la religión. Y en el conflicto ellos eran los protectores de los religiosos y de sus templos, en tanto los republicanos se obstinaban en exterminarlos. Por eso los republicanos tenemos una cuenta pendiente con la Iglesia catolicorromana.
Arturo del Villar, presidente del colectivo republicano tercer milenio.