‘Machado en su historia’ por Arturo del Villar

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Leemos Machado y todos pensamos en Antonio, uno de los nombres señeros de la poesía española, autor de una obra de profundo arraigo en la interpretación de España, que él supo representar en sus poemas como masón con un sentido crítico, desde su ideología republicana y la admiración por los avances de la Unión Soviética. Tuvo un hermano, llamado Manuel, que escribió canciones folclóricas de temática andaluza, y también versos rimados en homenaje a los militares sublevados contra la República. Pudieron colaborar en la escritura de obras dramáticas, pero sus respectivas obras líricas son antagónicas y de un valor incomparable.

Mientras Antonio se exiliaba con su madre y su hermano José con su propia familia en Francia, Manuel colaboraba en Burgos con los militares rebeldes. Es asombroso lo que relató el periodista fascista Miguel Pérez Ferrero en su biografía Vida de Antonio Machado y Manuel, editada en 1947, para la que aprovechó los testimonios que le contó Manuel en aquellos primeros años de la posguerra dictatorial en Madrid. Y escribe esta noticia, referida al conocimiento de la muerte de su hermano en Colliure, que desbarataba sus planes, ya que “en aquellos días planeaba la manera más cómoda y fácil de ir a buscarlo y llevárselo consigo; de recobrarlo”, según se lee en la página 197 de la tercera edición del libro publicada en Madrid en 1973 por Espasa—Calpe en su Colección Austral.

“Recobrarlo” fue la obsesión de la dictadura, no de los militares, por supuesto, sino de la camarilla de intelectuales lacayos que les servían. Utilizaron la filiación de Manuel a su ideología para hacer ver que los dos hermanos la compartían. “Recobrar”, según el Diccionario de la lengua española elaborado por la Academia, significa “volver a tomar o adquirir lo que antes se tenía o poseía”, y la derecha política jamás pudo tener la obra de Antonio Machado como suya, porque son antitéticas, y basta con leer sus prosas y sus versos para comprobarlo.

Uno de esos lacayos, el médico nazi Pedro Laín Entralgo, publicó en 1945 el ensayo La generación del 98, sin editor, impreso en Diana Artes Gráficas, donde en su página 12 califica a Machado de “grande y extraviado poeta”. Pretendía nada menos que un primer intento de “recobrar” su obra, para lo que ellos definían como “la nueva España”, que en realidad era la más caduca y negra, denunciada por Antonio en sus versos. Se atrevió a llamarle “extraviado” porque no seguía su línea de conducta. Hasta 1975, con el fin de la dictadura, Laín no se dio cuenta de que el extraviado era él, y ese año publicó un deleznable libraco, Descargo de conciencia, para intentar justificar su servilismo a las consignas dictatoriales.

Un gran cinismo fascista

La obsesión por “recobrar” a Antonio, a partir de la posición afascistada de Manuel, se prolongó durante toda la dictadura, pese a las prohibiciones de homenajes y persecuciones policiales contra quienes los intentábamos. Uno de los más inmundos escritos en ese sentido se publicó en el diario madrileño vespertino, o viperino en el decir de sus lectores, Pueblo, editado por la Organización Sindical, el sindicato único de la dictadura al que debimos afiliarnos obligatoriamente cuantos deseábamos trabajar, y por eso merece un comentario, para exponer cómo se aplicaban las consignas fascistas durante ese triste y largo período.

Titulado solamente con el nombre del poeta, es un artículo publicado el 23 de febrero de 1959, en dos columnas recuadradas, sin firma, por lo que puede ser considerado un editorial. Quizá lo escribió el director, Emilio Romero, uno de esos intelectuales lacayos de la dictadura, procurador en la caricatura de Cortes fascistas. Si no lo escribió seguro que lo inspiró. Se trata de una muestra completa del cinismo con el que se escribía durante la dictadura sobre los intelectuales republicanos, tanto los exiliados como los muertos, llevada al paroxismo.

Es significativa la fecha de su publicación: apareció al día siguiente de cumplirse veinte años de la muerte del poeta en su exilio de Colliure, bajo la bandera tricolor que cubrió su cadáver. Para celebrar el aniversario se le rindieron homenajes en muchos lugares del mundo, excepto en su patria, en donde se hallaba proscrito por haber seguido a la República hasta su muerte en el exilo francés, aunque algunos grupos de intelectuales jóvenes recordaron su personalidad poética y política en la clandestinidad. El autor del artículo tenía la desvergüenza de mencionar juntos a tres grandes poetas republicanos fallecidos, con el absurdo afán de reivindicarlos como españoles sin ninguna significación política para la dictadura:

   En el mundo que se ha movido todos estos años contra la España aparecida en 1939 ha habido como una morbosa avidez por disputarla esas figuras universales de la poesía, del pensamiento o del arte, en un vano y económico intento de decir algo así como tantos poetas tenéis, tanto valéis. Dura todavía este triste pueril juego que primero secuestra a Lorca, más adelante lo intenta con Juan Ramón Jiménez y ahora con Antonio Machado. La realidad es que estos tres poetas españoles son universales, y por ello de imposible parcialización o localización.

Uno de los argumentos más reiterados por el dictadorísimo para explicar el aislamiento en que las naciones democráticas tuvieron a la España fascista, consistió en culpar a “la conspiración judeo–masónica orquestada por Moscú contra la España que derrotó al comunismo en su gloriosa guerra de liberación”, según la cháchara habitual que tantas veces debimos escuchar en silencio sus víctimas. El periodista menciona una actitud internacional “contra la España aparecida en 1939”, en la que estábamos presos tantos españoles, esperando inútilmente que las organizaciones internacionales acudieran a liberarnos, porque las supuestas democracias reconocieron al dictadorísimo como legítimo jefe del Estado, pese a serlo gracias a un golpe militar seguido de la guerra genocida. En opinión del autor anónimo, todo el mundo actuaba movido por “una morbosa avidez” contra la dictadura, para arrebatarle a los intelectuales y artistas que la combatían.

Los secuestradores facciosos

Para quienes no sufrieron la dictadura pueden resultar increíbles esos conceptos mendaces. Solamente una inmensa desvergüenza fascista podía ser capaz de escribir que los intelectuales contrarios a la dictadura militar implantada en España desde el final de la guerra habían secuestrado la figura de Federico García Lorca. Fueron los fascistas los encargados de secuestrarlo, en casa de los falangistas en la que creyó encontrar un refugio seguro en su Granada, pero fue traicionado y vendido por esos judas, como era previsible. Lo de menos es la identidad de los asesinos. Lo importante es que lo detuvieron y lo trasladaron al Gobierno Civil de Granada, dirigido por un comandante del ejército rebelde, para después conducirlo al lugar en donde fue asesinado. Es una víctima de los militares sublevados, cualquiera fuese el denunciante y el ejecutor del crimen.

Un intento de secuestro de Juan Ramón Jiménez lo llevó a cabo la dictadura, al enviar a Puerto Rico a su sobrino, el coronel Francisco Hernández—Pinzón, para que se lo trajera a España, con la disculpa de evitar que se quedara allí solo después de la muerte de Zenobia. Pretendían aprovechar en su beneficio la concesión del premio Nobel de Literatura en esos mismos días de 1956. No lo consiguió, porque el poeta angustiado y enfermo se negó insistentemente en regresar a la patria encarcelada por la dictadura. Siempre se declaró partidario de la República, a la que sirvió en España y en América, hasta morir en el exilio del dolor de la ausencia, por negarse a tolerar la dictadura. En mi libro Juan Ramón Jiménez, poeta republicano (Madrid, Colectivo Republicano Tercer Milenio, 2006) se documenta exhaustivamente su ideología desde su juventud hasta su muerte en el exilio puertorriqueño, probadamente atea, comunista y republicana.

En cuando a Antonio Machado, declaró de palabra y por escrito su compromiso con la República, siguió al Gobierno constitucional en sus desplazamientos, sin dejar de colaborar en los medios de comunicación leales, pese a sus enfermedades, hasta su muerte en el exilio francés, sin poder ir a refugiarse en la Unión Soviética, que era su intención, y sin que su hermano Manuel llegase a tiempo de secuestrarlo aprovechando su enfermedad.

Por fidelidad a la República

El periodista carecía de argumentos para presentar alegaciones a favor de su tesis. Pretender que “estos tres poetas españoles son universales, y por ello de imposible parcialización o localización” es una falacia fascista. Los tres fueron españoles y republicanos antes de llegar a ser universales. Por fidelidad a la República fue asesinado Lorca, en tanto Juan Ramón y Machado prefirieron morir en el exilio de españoles libres, con tal de no someterse a la dictadura. Ese dato histórico no le interesaba al autor de ese artículo, según su propia declaración:

No nos importa a los hombres que hemos aparecido con voluntad de servicio en estos años la adscripción de algunos españoles universales en cualquiera de las actitudes o sentimientos de nuestros problemas interiores.

Para ser periodista se comunicaba muy mal con sus lectores. Ni siquiera sabía escribir un castellano correcto. Ignoramos lo que pretendía decir con esa frase ininteligible. Lo gracioso es leer que él y sus compinches habían “aparecido con voluntad de servicio” después de la guerra. De servicio a la dictadura, como demostraban en las alabanzas dedicadas a sus jerifaltes, siempre bien remuneradas por el régimen. A ellos no les importaba la ideología de “algunos españoles universales”, los más reconocidos internacionalmente, como por citar un solo ejemplo Pablo Picasso, obrero pintor al servicio de la República, a la que regaló el cuadro más representativo del caótico siglo XX, el Guernica, indebidamente traído a la España monárquica continuadora de la dictadura fascista, porque se lo donó a la República precisamente.

A los que no compartimos esa “voluntad de servicio” al fascismo sí nos importa conocer el pensamiento político de esos españoles universales, tanto como sus obras, porque lo compartimos en silencio durante los angustiosos años de la dictadura, y ahora lo proclamamos jubilosamente. Aquellos “problemas interiores” a los que hace referencia el artículo, son los que nos mantuvieron silenciados y apresados en el aparato fascista.

El exilio de Machado

Todavía insiste el autor en la delirante acusación de “secuestrar moralmente” a Machado, por quienes nos declaramos sus lectores y correligionarios. Se marchó libremente, con su madre y el hermano que compartía sus ideas, cuando quedó vencida la República a la que defendió con su pluma, tan valerosa como la pistola de Líster, según le contó en un famoso soneto.

En lo que es innegable que tiene razón el periodista es en criticar la inicua actitud del Frente Popular francés con relación a la República Española, y la criminal acogida a los republicanos vencidos en su huida de las represalias fascistas. Pero el repugnante comportamiento de la República Francesa no puede hacer olvidar que lo padecieron los republicanos españoles como consecuencia de haber sido derrotados por los militares monárquicos rebeldes, ayudados por los nazis alemanes, los fascistas italianos, los viriatos portugueses y la Iglesia catolicorromana que además de oraciones recogió limosnas para los sublevados en sus templos por todo el mundo:

Nuestro mundillo intelectual acaso no se habrá librado de esa inútil tentación de secuestrar moralmente al viejo y glorioso catedrático de Instituto que murió hace veinte años en uno de esos monstruosos lugares del Pirineo Oriental donde la Francia de entonces, la de la III República del Frente Popular, levantara uno de los aliviaderos más dantescos que se conocen para alojar las porciones de ejército y de población fugitivos de Cataluña, con alambradas inexpugnables, vigilantes negros del Senegal y barbudos centinelas indostánicos.

Solamente una mentalidad ofuscada por la ideología perversa del fascismo podía ser capaz de acusar a los intelectuales españoles de 1959 de “secuestrar moralmente” a Machado. Pertenecían a la misma ideología, la que obligó al poeta a escapar de su patria para evitar las sanguinarias represalias de los vencedores, la que incitaba a sus lectores a rendirle homenaje en el aniversario de su muerte.

En lo que tiene razón es en denunciar el comportamiento de la República Francesa hacia los fugitivos republicanos, porque constituye una de las páginas más repulsivas de su historia. Sin embargo, el proceder de los militares monárquicos vencedores de la guerra, y de sus esbirros falangistas y requetés, no fue mejor. Por el contrario: aquí se sometía a consejos de guerra sumarísimos a los vencidos, acusándolos de “auxilio a la rebelión”, un sarcasmo por parte de los rebeldes. Por evitar esa persecución escapaban los republicanos, abandonando cuanto tenían para intentar librarse de las represalias sanguinarias que siempre terminaban en tortura y muerte.

Perseguido después de muerto

Así escribían los intelectuales lacayos de la dictadura, siempre bien pagados por sus servicios. El anónimo autor del artículo demostró ser uno de los sicarios más servilones del régimen. Los intelectuales de izquierdas reunidos en el cementerio de Colliure, en torno a la tumba que guarda los restos mortales de Machado y de su madre, no pretendían “secuestrar moralmente al viejo y glorioso catedrático de Instituto”, sino rendirle homenaje, y con él a los españoles leales vivos y muertos.

Precisamente la dictadura secuestró su figura como catedrático: la Comisión Superior Dictaminadora de Expedientes de Depuración, con fecha 7 de julio de 1941, acordó su separación definitiva del servicio como catedrático de francés en el Instituto Cervantes de Madrid, y la baja en el escalafón de catedráticos de Institutos Nacionales de Enseñanza Media. Una repulsiva venganza contra un muerto forzosamente separado de su cátedra.

Todo ello por ser fiel al Gobierno constitucional y al régimen político elegido libremente por el pueblo español el 12 de abril de 1931. El “viejo y glorioso catedrático de Instituto” ya no lo era en 1959, al haber sido depurado por los triunfadores de la guerra dieciocho años atrás. La desvergüenza manifestada por el periodista solamente es comprensible desde su ideología fascista, acostumbrada a modificar la realidad histórica de acuerdo con su conveniencia. Y continuaba con su teoría del secuestro:

  Creemos que hacen bien algunos intelectuales franceses acercándose a Colliure, pero nos parece que no debiera haber sido para el grotesco intento de secuestrarle a la adhesión de todos los españoles, sino para arrepentirse de que muriera así, abandonado y solo.

Cuesta mucho creer que fuera tan grande la desfachatez de este escribidor al servicio del régimen, tan ridícula que lo retrata. El homenaje de un nutrido grupo de intelectuales a Machado en su tumba le parecía un “grotesco intento de secuestrarle a la adhesión de todos los españoles”, cuando los esbirros del dictadorísimo prohibían que se le recordase en los lugares por donde pasó su triste vida. Los guardias civiles nos perseguían en las afueras de Baeza cuando intentamos homenajearle, y recuerdo la figura de un iracundo cura señalándoles por dónde escapábamos para que nos detuvieran: un gesto muy propio del nazionalcatolicismo.

Envuelto en la bandera tricolor

Mintió el paniaguado periodista al comentar que “muriera así, abandonado y solo”. Es falso. En su huida del terror fascista fue acompañado por su madre, también enferma, su hermano José y su cuñada Matea, y por escritores y amigos, entre los que merece destacarse a Corpus Barga por su colaboración decidida. Se le esperaba en París, en donde hubiera sido atendido por la Embajada leal y por los escritores franceses, pero su enfermedad, agravada por el dolor de la derrota, le obligó a quedarse en el pueblecito pesquero de Colliure, en donde fue muy bien acogido por la propietaria del hotel Bougnol—Quintana, su última residencia en la Tierra. Desde la Embajada de la República Española en París le enviaron dinero, para que pudiera viajar con su familia hasta la capital, pero ya era imposible pensar siquiera en ello. La República no lo abandonó ni lo dejó solo.

Su muerte en el exilio se debió a la circunstancia de haber tenido que escapar de la ocupación fascista de su patria derrotada. Podemos imaginar lo que hubieran hecho los sicarios de la dictadura, en el caso de haberse apoderado de su persona. De seguro no se contentarían con la depuración de su cargo, sino que lo hubieran sometido a un consejo de guerra sumarísimo, con sentencia segura de muerte, por el supuesto delito de “auxilio a la rebelión”, suprema desvergüenza de los militares monárquicos rebeldes, que acusaban de rebelión a quienes defendieron al Gobierno leal contra el que ellos se rebelaron. Por suerte para él, consiguió librarse de ese destino seguro, y murió en libertad, arropado por la bandera tricolor que tanto amaba.

También estuvo acompañado al día siguiente, 23 de febrero de 1939, cuando el féretro cubierto por la bandera republicana fue portado por seis milicianos hasta el cementerio, mientras otros soldados y civiles derrotados, muchos de ellos heridos, servían de cortejo fúnebre. No estuvo “abandonado y solo” ni un momento, en España y en Francia. Mintió el periodista fascista, como era obligado en un escriba al servicio de la dictadura. Termina así su escandaloso artículo:

   Vamos a ver si dejamos quieta de parcialidad política la figura poética, española y universal, de Antonio Machado.

Recordar la ejemplar biografía de Antonio Machado no implica ninguna “parcialidad política”, porque fue republicano, masón, ateo y exaltador de la Revolución Soviética. Esa realidad no es discutible, puesto que se halla atestiguada con sus escritos. Fue un miliciano de la cultura, que combatió en el Ejército leal de la única manera que podía hacerlo, a causa de su edad y de sus enfermedades: con la pluma nunca traicionada. La única “parcialidad política” fue la puesta en práctica por la dictadura, en su repugnante intento de secuestrar su personalidad total de poeta y político. La dictadura sí pretendió secuestrar su memoria. Inútilmente, por supuesto.

Arturo del Villar, presidente del colectivo republicano tercer milenio.

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