Romanceado por Arturo del Villar, juglar republicano para conmemorar el bicentenario de su pronunciamiento
“El pueblo español principia desde este momento a revalorar los sagrados derechos que el rey le usurpa desde el año catorce. La nación se va a hacer soberana, y mi esfuerzo comienza desde instante a ayudarle a quebrantar los hierros que en estos últimos años tan injustamente le oprimen.”
Dijo Rafael del Riego en Las Cabezas de San Juan, el 1 de enero de 1820, a los alcaldes que tomaron el poder civil por la Constitución.
I El día de la gloria
Aquel primero de enero de 1820
cambió la historia de España un puñado de valientes,
dispuestos a dar la vida combatiendo hasta la muerte
para librar a la patria de un tirano delincuente,
que reina sobre cadáveres avasalladoramente
sin tener piedad de nadie, todo el mundo lo aborrece
tanto en casas y palacios como en chozas y cuarteles,
bestia con figura humana, tan sólo su vista ofende.
Los militares patriotas que quisieron desposeerle
perdieron la vida en vano por su crueldad insolente:
Porlier y otros veinticuatro que la historia favorece
ahorcados en A Coruña valerosos como siempre,
fusilados Górriz, Lacy, Joaquín Vidal y otros trece,
muchos más de menor rango, todos con la misma suerte
que al monarca le incrimina y a los bravos ennoblece.
Sólo existe una condena para aquel que se le enfrente,
pero no le asusta a Riego ni sus soldados la temen,
porque rescatar a España les anima y son conscientes
de cumplir una misión que hasta a la historia conmueve.
Sabiendo como lo saben que el tirano es inclemente,
si fracasan les espera sufrir la sentencia aleve,
aunque a su resolución ningún temor la detiene
por muy atroz que el castigo pena capital conlleve,
desdeñan las advertencias, les parecen pequeñeces
ante el reconocimiento que su aventura merece.
Si fallasen marcharán contentos ante el piquete,
porque morir por la patria sirve de gloria a los héroes.
II El pronunciamiento
Las Cabezas de San Juan con el honor se corona
de haber reunido en su plaza la envalentonada tropa
que iba llena de entusiasmo para alcanzar la victoria,
dando libertad a España, su misión más venturosa.
Es el batallón de Asturias el que merece la gloria
de comenzar la proeza que asombrará a toda Europa,
tras la bandera brillante que avanza como una ola
llevando al liberalismo de noticia bienhechora.
Va primero a tomar a Arcos, que resulta fácil cosa,
Bornos lo recibe en triunfo, Jerez igual se comporta,
y en El Puerto y San Fernando las poblaciones dichosas
de recibir a los bravos rompedores de la soga
que el rey puso en su garganta con tiranía afrentosa.
Un teniente coronel para inflamar a la tropa,
compone un canto guerrero que enseguida se le adopta
para marchar virilmente camino de la victoria:
Evaristo San Miguel es el que escribe esta obra
que como el Himno de Riego se quedará en la memoria
de los siglos para siempre por su letra jubilosa
resaltando la figura del que nació en buena hora
con el fin de emancipar a España de su deshonra.
Llama a los hijos del Cid a luchar y los exhorta
de modo que en todo instante se porten como patriotas
frente al común enemigo con su actitud redentora,
gesta que rematará su valiente trayectoria.
Para avanzar más de prisa Riego con acierto forma
la heroica Columna Móvil, con la que luego controla
pueblos en triunfal paseo, terminando al fin en Córdoba,
y aunque va enfermo y cansado, la moral le reconforta.
Cuando están en Bienvenida recibe la jubilosa
noticia de que el monarca se ha sometido a la historia
que le exigía implacable jurar sin otra demora
la Constitución de Cádiz, para todos protectora,
que da independencia a España y a Riego la mayor honra.
III El juramento del rey perjuro
Los madrileños rodean violentamente el palacio,
más bien cubil de terrores, en donde habita el tirano,
reclamándole que jure sin más tiempo delatarlo
un ejemplar que le ponen, bellamente encuadernado,
del texto que ha perseguido queriendo inhabilitarlo:
la Constitución de Cádiz, en la que se siente atado
porque impide sus deseos de monarca autoritario.
Como Borbón es cobarde, teme al pueblo amotinado
que con sus gritos feroces le infunde en el cuerpo espanto:
sabe que en Francia no ha mucho murieron guillotinados
los reyes, que eran borbones, sus parientes muy cercanos,
lo mismo que malhechores por el pueblo condenados.
Furioso manda a la guardia que disuelva con disparos
a la gente que le grita, pero el oficial al mando
se niega porque sería un brutal asesinato,
de modo que en ese instante se encuentra solo Fernando
frente al pueblo enardecido que va a tomar el palacio.
Miedoso como es comprende que debe fingir agrado,
poner cara de contento y aceptar como un regalo
lo que es sin duda una ofensa forzada por sus vasallos.
De modo que en ese día gozoso 9 de marzo
jura seguir por la senda que le habían señalado
según la Constitución, y hacerlo de un modo franco.
Nada le cuesta decirlo, porque está jurando en falso
lo que no piensa cumplir, un movimiento de labios
hecho con alevosía sin sentir ningún reparo,
mientras su cerebro abyecto trabaja ya maquinando
cómo aniquilar a Riego para vengar el agravio.
Qué fecha para la infamia la de ese 9 de marzo,
qué vergüenza para España tener un rey insensato
dispuesto a desfigurar su talante autoritario
para seguir en el trono sin disimulo matando.
Siempre en la historia española son mejores los vasallos
que los monarcas cobardes, inútiles y bellacos.
El 24 de abril nombra ayudante de campo
ascendido a general al hombre que más ha odiado,
Riego, por ser liberal, animoso y temerario,
todo lo contrario que él, un miserable gusano.
IV El héroe popular
España se pone en pie de paz como un paraíso:
“¡Viva Riego!” está en el aire y en las paredes escrito,
puesto que con él avanza triunfante el liberalismo
frente a la opresión del rey que sólo piensa en sí mismo
mientras el pueblo soporta sus criminales caprichos.
Las madres gallardas gritan esta consigna a sus hijos
para que se movilicen sin temer ningún peligro:
“Deja el arado deprisa, porque te llama el destino
para vengar los agravios que Fernando ha cometido,
yendo con Riego y su tropa le daréis su merecido,
que quien no sabe ser rey no debe usar ese título,
vete con Riego adelante, no sabes cuánto te envidio,
si yo no fuera mujer me marcharía contigo,
pero tengo que quedarme porque mujer he nacido,
por más que todas mis fuerzas vayan con el progresismo;
no te preocupes por nada, que yo ocuparé tu sitio
para arar toda la tierra como lo hacías tú mismo,
mientras que nos liberáis del Borbón aborrecido;
vete con Riego orgulloso e imita su patriotismo,
que es un militar heroico de valor reconocido,
y os llevará a la victoria contra el tirano maldito;
vete a la guerra, valiente, lucha contra el despotismo,
corre a liberar a España de su mayor asesino:
¡viva la Constitución y muera el rey fementido!”
Los jóvenes con el puño levantado como aviso
gritan “¡Por la libertad!”, sellando su compromiso
con las víctimas causadas en seis años de delitos
por el déspota implacable que mata a viejos y niños
sin respetar a mujeres y no tiene ni un amigo,
sólo obedientes lacayos que le ponen con sigilo
todas las cosas a punto con perfecto servilismo.
Pero algunos españoles no quieren seguir sumisos,
dominados por el miedo que impone el tirano indigno,
señor de vidas y haciendas sin cesar enfurecido
que mata porque no quiere tener vivo un enemigo.
Lo sienten los militares como el mayor forajido,
pues por un lado les manda disolver a tiro limpio
las reuniones populares de carácter clandestino,
mientras por otro violento condena cualquier indicio
de rebelión o protesta con un juicio sumarísimo
que acaba ante el pelotón como lo tiene prescrito.
Sólo la Iglesia católica le concede sus auxilios,
porque obtiene de su parte los mayores beneficios,
mutuamente se protegen negocio tan lucrativo:
por eso el pueblo rechaza las voces de los obispos.
V Apoteosis en Madrid
Llega por fin a Madrid el día 30 de agosto,
como tantos en su vida destinado a ser histórico,
pues lo reciben con palmas como líder venturoso
los vecinos de la Corte llenos de fervor patriótico.
Por donde pasa lo aplauden: es el héroe victorioso,
vencedor del rey canalla conocido por su apodo
bien puesto de Narizotas, que le dan aspecto histriónico,
aunque todo en su figura le hace parecer monstruoso.
El general Riego en cambio es de natural hermoso,
de correcta educación, sin tacha y ningún desdoro,
modelo de ciudadanos y para España un adorno.
Le ofrecen un homenaje en La Fontana de Oro
y después van al teatro, donde el público vitriólico
canta el Trágala atrevido, su insumiso desahogo
de llamar perro al tirano sin recato metafórico,
para acabar con el Himno de Riego todos a coro,
causando los liberales un imparable alboroto
que los servilones reales achacan a Riego pronto.
Con ese falso motivo taimadamente engañoso
lo confinan en Asturias, lo que no es ningún oprobio,
porque allí están sus raíces y allí se siente pletórico,
pero el llegar deportado le causa un supremo agobio,
aunque le dan sus paisanos un agasajo sonoro.
Firma una Vindicación de argumento poderoso,
defendiendo su buen nombre con razonamientos lógicos,
pues combatió por la patria llevado de un pudoroso
sentimiento libertario, como fue siempre notorio.
Su alegato surte efecto, y el rey le nombra en otoño
comandante de Aragón, un nuevo cambio teórico
que en realidad nada altera su mal carácter despótico.
Así que el 8 de enero con arreglo al protocolo
se instala en Capitanía de Zaragoza con gozo,
y en una proclama expone sus deseos fervorosos
de ser, como liberal, un buen amigo de todos,
y el pueblo le aplaude lleno de arrobamiento patriótico.
VI Otra vez la traición
El que en buena hora nació para la gloria de España
despierta fidelidades y también odios levanta:
le aplauden con entusiasmo por los sitios donde pasa,
y echan flores las mujeres mientras su Himno todos cantan,
pero los absolutistas abominan de su fama,
los curas en sus sermones una involución preparan,
y el taimado Narizotas sólo piensa en su venganza.
1821 comienza con algazara
porque Aragón a una voz hace suya la proclama
constitucional de Riego para colmar su esperanza
de tener la libertad entronizada en la patria.
Los liberales felices a gobernar se preparan
muchos años con reformas que resultan necesarias
porque las instituciones llevan siglos retrasadas
frente a las que tiene Europa, no queda nada que valga.
No pudo ser otra vez, los absolutistas traman
contra Riego una conjura que el mismo rey acapara,
y el 29 de agosto lo destituyen sin causa,
para confinarlo en Lleida bajo la denuncia falsa
de conspirar contra el trono, que no puede ser probada.
Las protestas callejeras con virulencia reclaman
que recupere su cargo, pero el Gobierno no amaina
y echa a la calle las tropas con intención de enfrentarlas
a la población que grita con verdad, pero sin armas:
qué decisión criminal sólo propia de alimañas,
qué vergüenza si no hubiera sido también engañada,
qué traición entre dolores no definible en palabras,
qué políticos infames hacen la historia de España,
servilones de su rey e iguales en su calaña.
Si Riego hubiera sentido en esta misma jornada
después de tantos trabajos ansia revolucionaria
puede tomar el poder y destronar al monarca,
pero la Constitución de Cádiz que veneraba
le compele a permitir que el rey lo borboneara.
VII Diputado y presidente
En ese tiempo apartado de los mandos aprovecha
para casarse a distancia, pues él continúa en Lleida
y ella en Cangas de Tineo, y eso es lo que les espera:
pasar tiempo separados en el poco que les resta
para que su historia acabe de la más atroz manera.
Por de pronto cierra el año trayéndoles buena nueva,
pues el 5 de diciembre los asturianos aceptan
que Riego vaya al Congreso representando a su tierra.
Los diputados unánimes le ofrecen la presidencia,
por saber que sus acciones siempre las rige la ética.
Todo parece marchar con la mejor apariencia,
pero el traidor Narizotas una aventura planea
con su guardia personal, a la que él mismo subleva,
y así Madrid otra vez tiene en las calles violencia,
terminada con el pueblo vencedor en la contienda.
Despavorido el Borbón recibe a Riego en audiencia
para rogarle meloso que con su influjo detenga
los insultos que le lanzan ofendiendo a su realeza,
y sobre todo no canten el Trágala que le afrenta.
Se lo promete así Riego, porque fiado en su nobleza
no piensa que el rey tirano vilmente le borbonea,
por lo que al Ayuntamiento le pide que lo provea:
qué buen vasallo inocente perdido en la gran tragedia
suspendida sobre España por culpa de la realeza.
VIII La última traición
Cuatro reyes en Europa de ideas dictatoriales
han rubricado un acuerdo que los convierte en guardianes
del resto de los países, si piensan que les atañe
su política interior para marcarlos culpables:
Austria, Rusia, Prusia y Francia tienen monarcas infames
que por eso constituyen la Santa Alianza infamante.
Deciden intervenir en España suspicaces
para que el liberalismo dejara de propagarse,
y el 7 de abril del año 23 inexorable
la traidora Francia envía cien mil hijos sin un padre,
dicen que son de san Luis, no de putas miserables,
para hacer que Narizotas vuelva a ser rey intocable.
Los españoles timados por los curas y los frailes
reciben a los gabachos como socios naturales,
siguiendo en esto el ejemplo de menguados militares
que entregan al enemigo sin defensa las ciudades.
De nuevo Riego organiza su ejército de leales
que van contra el invasor venciendo fatalidades
y padeciendo traiciones de los mismos liberales
arrepentidos de serlo por su falta de coraje.
Se enfrentan a los gabachos con muchas dificultades,
sin esperar que otras tropas acudan para ayudarles,
muchos desertan al verse rodeados de cobardes,
hasta que en Jódar se rinden tras un desigual combate.
Con un puñado de fieles herido pero inmutable
busca refugio en Arquillos, pueblo jienense ignorante
capaz de la gran traición para siempre responsable
de que el 15 de setiembre los vendiera haciendo alarde
de la más servil infamia que en la historia lo señale:
hijos de san Luis demuestran ser todos sus habitantes.
IX El suplicio que da gloria
Ay, qué 7 de noviembre, mejor si no amanecía,
porque van a ahorcar a Riego con la mayor injusticia,
ay, cómo triunfa terrible la venganza absolutista
con la que el cruel Narizotas al que le sirvió lo humilla.
A las 10 de la mañana se forma la comitiva
que lleva a Riego al suplicio mientras la chusma aplaudía,
los ingratos madrileños a los que frailes agitan
para que insulten al héroe al que hace poco seguían,
pero nadie en su defensa dice nada en la península.
Cubierto de un sayón negro lo meten por su desdicha
dentro de un serón de esparto del que un asno viejo tira,
preside un gran crucifijo y abre la Caballería,
con muchos frailes a pie vigilando su agonía.
Qué espectáculo grotesco para insultar a su vista,
pero el pueblo de Madrid al verlo se regocija,
qué traidores a su casta, canallas oportunistas:
los llaman gatos y son sólo ratas corroídas.
Ay, plaza de la Cebada, para siempre estás maldita,
porque tienes el cadalso que a Riego quitó la vida
colocado para siempre sobre tus piedras podridas:
esa escena no se borra, queda en la historia mezquina
de la más siniestra España sujeta a la tiranía
del peor de los borbones, que sólo vergüenza inspira.
Pobre España, triste España, tantos siglos sometida
bajo el poder ominoso de esa impuesta dinastía,
que ha jalonado su historia de terror y anomalías,
con un pueblo tolerante de todas sus injusticias.
¿Por qué el martirio de Riego no removió su energía,
sino toleró su muerte sumisamente tranquila?
¿Qué nación quiere sufrir cadenas que la esclavizan,
mientras tragamos el Trágala los vasallos cada día?
¿Volverá la libertad con tres colores vestida?
Sin conocer las respuestas el cantar aquí termina.